Ignorantes de los Misterios, nuestras vidas están limitadas por el horror del nacimiento y por el terror de la muerte. Qué gran regalo es el de esa sabiduría conservada que nos desvela el camino de la vida en evolución que se extiende ante nuestros pies y hurta las sombras de lo Invisible.
Dejemos de pensar en la muerte como una Furia de tenazas horrendas e imaginémosla como el gran anestesista que, por ley de la vida, se encarga de sumirnos en un sueño profundo mientras afloja la cuerda de plata y se libera el espíritu.
Despertamos refrescados de ese sueño dejando muy atrás los problemas de la Tierra, como la memoria que conserva un niño del día anterior, y nos embarcamos en una fase nueva de nuestra existencia. Bueno sería para nosotros si nuestros amigos nos despidieran permitiendo que el espíritu fuera libremente a su destino. Malo sería en cambio si el dolor de quienes dejamos atrás esa mañana brillante que despunta nos retuviera en nuestro camino. De la misma manera que pensamos que tenemos derecho a reclamar asistencia de nuestros parientes durante nuestras enfermedades, también deberíamos sentirnos con derecho a pedirles fortaleza en su pérdida.
Porque es su pérdida, no la nuestra. ¿Por quién sufrimos cuando nos lamentamos en un funeral? ¿Por los muertos inmortales en su despertar brillante? ¿O por nosotros en nuestra soledad? Con toda seguridad solo lloramos por nosotros, ya que los muertos se encuentran bien: se han ido al lugar que les corresponde y están en paz.
Los que quedan atrás son los que sufren y no los que les han precedido. Y ¿qué tendríamos que decir sobre su sufrimiento? Que como todo dolor, debe sobrellevarse con entereza y especialmente en este caso, ya que sus reverberaciones pueden afectar a otros además de a nosotros mismos y convertirse en una piedra de molino colgada al cuello del espíritu que está intentando elevarse con las alas recias de la aspiración. Que sean pensamientos de amor y no de dolor los que acompañen al alma en su viaje, como las gaviotas siguen un barco. Deseémosle que vaya deprisa a su dimensión, y con alegría, tengamos esperanza en la reunión venidera.
Es mucho lo que podemos hacer por los que se han ido. Nuestro trabajo no termina cuando se saca el ataúd de casa y recogemos la triste parafernalia de la enfermedad. Si saben más que nosotros acerca de la antigua sabiduría, guardada y secreta, bien pudiera ser que volviesen para consolarnos y darnos buenos consejos. Pero si sabemos más que ellos, si el espíritu se ha ido confusa y atemorizada, como en el caso de un espíritu nuevo, entonces nuestra obligación inexcusable sería acompañarle hacia lo Invisible tan lejos como alcanzase nuestro poder, hasta que sintiéramos la llegada de los ángeles, y entonces sabríamos que la persona amada quedaba bajo su custodia y que todo estaba bien.
Y puede que venga a nosotros si lo pedimos ese ángel que proporciona sueño a los seres queridos, ese sueño profundo y bien conocido que envuelve a los vigilantes de los muertos y que no se parece a ningún otro sueño; y también de ese sueño nos despertaremos una mañana tranquila, ya que se nos ha permitido mirar por las puertas abiertas y ver que más allá del umbral no hay ni miedo ni olvido, sino otro mundo, otra fase de la vida.
De este sueño que el Ángel de la Muerte da a los seres queridos surgen la tranquilidad y la seguridad; porque hemos visto, aunque no recordemos. Por tanto, cuando llegue la hora, pidamos al gran anestesista esta gracia: que nos alivie el primer desgarro de la separación y nos capacite mejor para soportar el peso de la vida y cumplir nuestra obligación para con aquellos seres queridos que quedan a nuestro cargo, que dependen de nosotros y que nos necesitan.
Y, por encima de todo, no olvidemos que en su momento los muertos regresarán y no sabemos nunca cuándo veremos como desde los ojos de un niño pequeño que nos contempla un espíritu que hemos conocido. Dediquemos, pues, ese amor que ya no tiene un cauce mundano para su expresión a la consecución de un mundo mejor para cuando regresen aquellos que amamos.
Por lo menos este servicio sí podemos hacérserlo. Que ni una de nuestras lamentaciones amargue su viaje y que en la medida de nuestras fuerzas limemos las asperezas de este mundo para facilitar su regreso.
Dion Fortune.
Nota de Serval:
Los esoteristas antiguos han supuesto una intervención de un ser sobrenatural para hacernos olvidar el recuerdo de vidas pasadas. Algo o alguien ha tenido la intención de intervenir en los procesos de la vida con su «sabiduría». Esta creencia es una influencia de la humanidad primitiva que al no conocer ciertas causas, inventaba una explicación de un ser omnipotente que decidia las cosas por su razonamiento o capricho.
Ahora sabemos cómo funciona el cerebro. Nuestra biología nos impide percibir o «recordar» la información que el ser espiitual trae. El encéfalo no es capaz de procesar una información así. Quizá queden algunos atisbos que de vez en cuando se presentan. Sin embargo, lo más probable es que cuando alguien cree recordar vidas pasadas en realidad está trayendo a la consciencia imágenes que las neuronas han mezclado. Sabemos que los recuerdos de nuestra vida no son objetivos y estáticos. Siempre las cadenas neuronales son intervenidas y modificadas por otros segmentos: acontecimientos similares ocurridos en nuestra vida, sucesos ocurridos a otras personas, algo que hemos leído o visto, etc. Estas vivencias son muy nítidas y provocan el convencimeinto de que se trata de algo vivido en el pasado.
Superando el duelo
Sesión de reprogramación mental para facilitar este proceso.
El duelo es un proceso de adaptación a una nueva situación después de la pérdida. Aunque tradicionalmente se ha entendido el duelo como el proceso de tristeza asociado a la defunción de alguien cercano, hoy en día se sabe que todas las situaciones que conllevan una pérdida llevan asociado un proceso de duelo: que te despidan del trabajo, que te deje tu pareja, que tus hijos se vayan de casa…
A pesar de que nos han enseñado a ver la pérdida de un ser querido como una parte natural de la vida, cuando finalmente ocurre aun así nos puede abrumar el golpe y la confusión; lo que probablemente puede dar lugar a largos periodos de depresión y tristeza.