Solsticio de Invierno

Prácticas estacionales metafísicas
creadas por Serval Dion-Fortune

  1. Introducción
  2. Un período de amor y solidaridad
  3. Un uso de la lluvia que quizás no conozcas
  4. Sugerencias de actividades
  5. Orígenes
  6. Ceremonia del fuego

En invierno es época de siembra. Allí procuraremos, como el sembrador, elegir los mejores granos. Análogamente es época de pensar en nuestros objetivos para el nuevo ciclo, conforme a la experiencia adquirida

El sol se ha alejado del hemisferio y la tierra se prepara para trabajar interiormente. Los frutos de la cosecha anterior ya han sido recogidos. Es el momento para seleccionar los mejores frutos, obtener sus semillas y volver a sembrar. Hay frutos que se pasmaron, se pudrieron o no se desarrollaron bien. Estos se eliminan y se guardan los mejores.

Análogamente, hay un momento para evaluar los objetivos logrados. De todo lo que te has propuesto, seguramente habrá metas que no se han conseguido todavía. Esto no es un fracaso si aprendes de la experiencia. Es decir, si investigas cuales son las causas que han impedido hasta ahora su logro. Una vez determinados los obstáculos que lo han impedido, elabora un plan para superarlos y acercarte, de esta manera, a un éxito final.

Los obstáculos pueden ser de diversa índole. La mayoría seguramente están en ti mismo. No culpes a nadie de lo que te sucede. No culpes a los demás si no has logrado todavía determinadas metas. Tal vez no sea tiempo todavía, quizás tengas que desarrollar otros objetivos antes, tal vez tengas que vencer tus temores, o emplear más energía y voluntad para conseguirlos. A veces las metas son poco realistas y en ese caso deberás replantearlas para avanzar por etapas: una escalera se sube peldaño a peldaño.

Un período de amor y solidaridad

Nosotros, seres humanos, hemos vivido cientos de miles de años en estrecho contacto con la naturaleza, siendo parte de ella misma. Solamente estos últimos siglos hemos construido ciudades y nos hemos alejado de ella. Pero todo nuestro ser sigue respondiendo a esos ciclos, llevamos ese programa en nuestros genes.

Imagina una tribu viviendo en cuevas o chozas en pleno invierno. Para sobrevivir han debido guardar los granos de los alimentos que cosecharon para alimentarse con ellos en invierno, cuando escasean los vegetales para comer. También protegen sus animales para tener disponible, especialmente, leche.

De acuerdo con la dedicación y esfuerzo es seguro que algunas familias logran mejores cosechas que otras. Pero si quienes tienen para comer en el invierno se guardan lo que tienen e incluso lo que no alcanzarán a comer y no comparten con quienes no tienen lo suficiente, el resultado sería la muerte de algunos miembros de la tribu. Y esto, lógicamente, perjudica a la totalidad, pues los debilita. De modo que, por razones de supervivencia, toda la tribu comparte lo que tienen para pasar la época más difícil.

El sol, como hemos dicho, se ha alejado. Hay más frío y más escasez de todo. El sol es la fuente de vida y de calor. Sin embargo, el ser humano observa fácilmente que el sol retornará y la naturaleza volverá a mostrar su abundancia y esplendor.

Los miembros de la tribu se reúnen en torno de una fogata. El fuego obviamente les da calor, luz y además, probablemente les permite cocinar algunos alimentos. Juntos, se apoyan y comparten lo que tienen.

Esto se va transformando en una celebración y una ceremonia. El fuego es la representación del sol, momentáneamente alejado. Es también el elemento transformador de todo: lo que era sólido lo transforma en líquido, lo líquido en vapor, lo denso se transforma en algo sutil.

Los pueblos de todos los lugares del planeta comienzan a celebrar el Solsticio de Invierno.

De allí que las fiestas solsticiales se acompañan de fuego. Incluso se colocaron antorchas en los árboles para iluminar el camino y el lugar de la celebración. En la noche solsticial se intercambian obsequios. Es noche de solidaridad, de amor y de esperanza.

Cuando el cristianismo comienza a propagarse en Europa, asimila estas fiestas solsticiales a sus propios ritos y símbolos. De allí que se fija la fecha del nacimiento de Jesús en el Solsticio de Invierno (hemisferio norte). El niño Jesús pasa a simbolizar para los cristianos la idea de solidaridad, amor y esperanza. Por eso se colocan luces en los árboles, a semejanza de las antorchas que antiguamente se colocaban en el norte de Europa. Por eso se intercambian regalos, aunque en la mayoría de los cristianos de hoy, pasa a ser simplemente una expresión de materialismo y consumismo. Muchos han olvidado que no es importante el valor material, sino que cada uno debe dar algo de sí que pueda compartir con los demás, para que juntos, unidos en amor y solidaridad, puedan mejorar su calidad de vida.

Es el momento de tener fe y esperanza que todo irá mejor si tenemos la actitud interior correcta, si amamos y si somos solidarios

Serval

Un uso de la lluvia que quizás no conozcas

Sugerencias de actividades

Hay una práctica muy valiosa que nos ayuda a desarrollar más voluntad y convicción para conseguir nuestras metas en el nuevo ciclo de nuestra vida. La he llamado: «Quema de obstáculos«

1. Determina de la manera más precisa posible cuáles son los obstáculos que se te han presentado hasta ahora.

2. Identifica con claridad cuáles son los obstáculos que están en ti mismo (deberían ser la mayoría o todos).

3. Anota los obstáculos en una o varias hojas de papel. Realiza este trabajo varios días para que tu mente interior vaya identificando ojalá todos los obstáculos que te impiden obtener mejores frutos.

4. Planifica, define y redefine tus objetivos para el nuevo ciclo de tu vida. Imagina en qué etapa irán para la próxima primavera. En esa época deberían empezar a «florecer», a exteriorizarse su avance.

5. En un cuaderno, anota también tus metas y objetivos lo más específicos posibles, señalando cómo quieres lograrlos, cuándo esperas que se realizan, de qué manera y en qué lugar.

6. En el momento del Solsticio de Invierno o lo más cercano posible, en un recipiente de metal o de greda coloca un poco de alcohol, algo de algodón y tus hojas donde anotaste tus obstáculos. Enciende el alcohol y quema las hojas. Eso representará la quema de tus obstáculos. Mientras se consumen, mentaliza el firme propósito de vencer tus dificultades, de emplear toda la energía necesaria para conseguir tus nuevas metas.

7. Observa a continuación tu cuaderno donde anotaste tus metas y te visualizas como si ya las hubieras logrado.

8. Todos los días, de preferencia en la mañana, mira tu cuaderno de metas y haz una rápida película mental donde te veas logrando cada una de ellas.

Prepara tus regalos y entrégalos

Has una lista de las personas a quienes amas. Ojalá tu lista sea muy grande. Piensa en tus riquezas: tienes cualidades, virtudes, experiencias, buenos sentimientos, buenos pensamientos. Eres capaz de sonreír, de abrazar, de escuchar atentamente, de estimular, de motivar… Anota junto al nombre de tus amigos, familiares y conocidos que anotaste qué de toda tu riqueza puedes compartir con ellos. Piensa qué le gustaría a cada uno recibir: una sonrisa, una tarjeta de saludo hecha por ti mismo, un agradecimiento, un abrazo, un libro, una parte de tu tiempo…

Y lo más importante, ¡comienza ya a dar algo de ti mismo! Todos esos regalos son verdaderas expresiones de amor. Y mientras más amor entregues, más amor recibirás. ¡Nunca se te acabará! 

7. Observa a continuación tu cuaderno donde anotaste tus metas y te visualizas como si ya las hubieras logrado.

8. Todos los días, de preferencia en la mañana, mira tu cuaderno de metas y haz una rápida película mental donde te veas logrando cada una de ellas.

Orígenes

Durante el solsticio de invierno (22 de diciembre) el Sol alcanza su cénit en el punto más bajo y desde ese momento el día comienza a alargarse, progresivamente, en detrimento de sus noches, hasta llegar al solsticio de verano, en que invierte su curso. El término solsticio  significa ’sol inmóvil’, ya que en esos momentos el Sol cambia muy poco su declinación de un día a otro y parece permanecer en un lugar fijo del ecuador celeste.

El solsticio hiemal es el acontecimiento que vivifica la Naturaleza con su luz y su calor, razón por la cual, para todas las culturas antiguas, representaba el auténtico nacimiento del Sol y, con él, toda la Naturaleza comenzaba a despertar lentamente de su letargo invernal y los humanos veían renovadas sus esperanzas de supervivencia, gracias a la fertilidad de la tierra. En el solsticio de invierno, todos los pueblos antiguos celebraban el nacimiento del astro rey mediante grandes festejos, caracterizados por la alegría general y acompañados de ceremonias colectivas, centradas en cantos y danzas rituales y en la recogida de ciertas plantas mágicas, como el muérdago. Las grandes hogueras tenían la función de provocar el calor y la fuerza de los rayos de un sol recién nacido, que encaraba su curso hacia la primavera, inundando la tierra con su poder regenerador. Otro tanto sucedía durante el solsticio de verano, época adecuada para mostrarle, al divino sol, el agradecimiento de quienes habían sobrevivido un año más, gracias a su generosa intervención en el ciclo agrícola y ganadero. Con el desarrollo de las culturas urbanas, los rituales solsticiales agrarios no desaparecieron, sino que se adaptaron a las nuevas circunstancias y necesidades. Por eso, las fiestas paganas más importantes rebasaron el ámbito campesino y se convirtieron en ciudadanas, de forma que la fecundidad que en origen solicitaban para el campo y el ganado, pasó a comprenderse como prosperidad y riqueza para la ciudad.

Desde hace miles de años y para las culturas y sociedad más diversas, el solsticio de invierno ha representado el advenimiento del acontecimiento cósmico por excelencia. No es ninguna casualidad, por tanto, que el natalicio de los principales dioses, relacionados con el Sol (como Osiris, Horus, Apolo, Mitra, Dioniso/Baco, etc.) fuese situado durante este período temporal.

En la antigua Grecia, el culto popular de Dioniso estaba repartido en cuatro grandes festividades: las dos primeras (las Dionisíacas de los campos y las Leneas) se celebraban alrededor del solsticio invernal, con carácter propiciatorio de la fertilidad/prosperidad y en medio de festejos, caracterizados por la gran alegría general. Las dos últimas tenían lugar en la primavera y festejaban la resurrección de la Naturaleza.

En Roma, la celebración de las Saturnalias (fiestas dedicadas a Saturno, padre de los dioses olímpicos y dios protector de la Naturaleza) duraba una semana. Después de la ceremonia religiosa, había grandes festejos y banquetes, se abolían temporalmente las clases sociales y, en los ágapes, los señores servían a sus esclavos; cesaba toda actividad pública (en tribunales, escuelas, comercios, operaciones militares, etc.) y no se permitía ejercer ningún arte ni oficio, salvo el de la cocina; se imponía el hacerse regalos unos a otros, los ricos convidaban a sus mesas, bien surtidas, a los pobres que llamaban a sus puertas, se practicaban juegos de azar, etc.

En los mitos solares de todas las culturas antiguas, ocupa un lugar central la presencia de un dios joven (Jesucristo en la religión cristiana), que cada año muere y resucita, encarnando en sí los ciclos de la vida de la Naturaleza.

Durante el solsticio de invierno, la imagen del dios egipcio Horus era sacada del santuario para ser expuesta a la adoración pública de las masas. Se le representaba como un niño recién nacido, recostado en un pesebre, con cabello dorado, con un dedo en la boca y el disco solar sobre su cabeza.

Mitra, uno de los principales dioses de la religión hindú, objeto de un culto aparecido unos mil años antes de Cristo, cargaba con los pecados y expiaba las iniquidades de la humanidad, era el principio mediador colocado entre el bien (el dios Ormuzd) y el mal (el dios Ahrimán), el dispensador de luz y bienes, mantenedor de la armonía en el mundo y guardián y protector de todas las criaturas, y era una especie de mesías que, según sus seguidores, debía volver al mundo como juez de los hombres. Era un dios que había nacido de madre virgen, en el solsticio de invierno, en una gruta o cueva, fue adorado por pastores y magos, obró milagros, fue perseguido, acabó siendo muerto y resucitó al tercer día.

Baco, otro dios solar romano, también estuvo destinado a cargar con las culpas de la humanidad, también fue asesinado y despedazado (como Osiris) y su madre también lo buscó (como Isis) y recogió todos sus pedazos y lo resucitó. Según la tradición, Baco moría despedazado en el equinoccio de primavera y resucitaba a los tres días.

En el siglo II de nuestra era, los cristianos sólo conmemoraban la Pascua de Resurrección, ya que consideraban irrelevante el momento del nacimiento de Jesús y, además, desconocían absolutamente cuando pudo haber acontecido. Durante el siglo anterior, al comenzar a aflorar el deseo de celebrar el natalicio de Jesús de una forma clara y diferenciada, algunos teólogos, basándose en los textos de los Evangelios, propusieron datarlo en fechas tan distintas como el 6 y el 10 de enero, el 25 de marzo, el 15 y 20 de abril, etc. Pero el papa Fabián (236-250) decidió cortar por lo sano tanta especulación y calificó de sacrílegos a quienes intentaron determinar la fecha del nacimiento del nazareno. A pesar de la disparidad de fechas apuntadas, todos coincidieron en pensar que el solsticio de invierno era la fecha menos probable, si se atendía a lo dicho por Lucas en su Evangelio: “Había en la región unos pastores que pernoctaban al raso y, de noche, se turnaban velando sobre el rebaño. Se les presentó un ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvía con su luz…” (Lucas, 2, 8-14). Si los pastores dormían al raso, cuidando de sus rebaños, para que el relato de Lucas fuese cierto y/o coherente, debía de referirse a una noche de primavera, ya que a finales de diciembre, en la zona de Belén, el excesivo frío y las lluvias invernales impiden cualquier posibilidad de pernoctar al raso con el ganado. Forzando la escena relatada por Lucas hasta el límite, otras Iglesias cristianas -ajenas a la católica como la armenia- fijaron la conmemoración de la Natividad en el día 6 de Enero, ya que, según su deducción, el relato de Lucas sí puede ser creíble, si se sitúa el nacimiento de Jesús un poco más tarde, en enero y en el Oriente Medio. Un tiempo y un lugar donde es muy probable la existencia de cielos nocturnos claros y sin borrascas, aunque todavía con mucho frío. Con el mismo argumento, otras Iglesias orientales, como la egipcia, griega y etíope, propusieron fijar el Natalicio el día 8 de Enero.

Entrado ya el siglo VI, cuando ya se había concluido el proceso de trasvase de mitos desde los dioses solares jóvenes precristianos hacia la figura de Jesucristo, se decidió fijar una fecha concreta. Dado que a Jesús se le había adjudicado toda la carga legendaria que caracterizaba a su máximo competidor de esos días, el dios Mitra, lo lógico fue hacerle nacer el mismo día en el que se celebraba el advenimiento de ese joven dios. De esta forma, entre los años 354 y 360, durante el pontificado de Liberio (352-366), se tomó por fecha inmutable la de la noche del 24 al 25 de Diciembre, fecha en la que los romanos celebraban el Natalus Solis Invicti, el ‘nacimiento del Sol Invencible‘, un culto muy popular y extendido al que los cristianos no habían podido vencer y, claro está, la misma fecha en la que todos los pueblos contemporáneos festejaban la llegada del solsticio de invierno. La fecha del 25 de diciembre fue fijada por el orbe católico como algo inamovible, aunque no fue aceptada por la Iglesia oriental que, aún hoy día, sigue celebrando el Natalicio de Jesús el 6 de Enero.

Con la instauración de la Navidad, también se recuperó en Occidente la celebración de los cumpleaños, aunque las parroquias europeas no comenzaron a registrar las fechas de nacimiento de sus feligreses hasta el siglo XII.

Ceremonia del fuego

Nosotros, seres humanos, hemos vivido cientos de miles de años en estrecho contacto con la naturaleza, siendo parte de ella misma. Solamente estos últimos siglos hemos construido ciudades y nos hemos alejado de ella. Pero todo nuestro ser sigue respondiendo a esos ciclos, llevamos ese programa en nuestros genes.

Imagina una tribu viviendo en cuevas o chozas en pleno invierno. Para sobrevivir han debido guardar los granos de los alimentos que cosecharon para alimentarse con ellos en invierno, cuando escasean los vegetales para comer. También protegen sus animales para tener disponible, especialmente, leche.

De acuerdo con la dedicación y esfuerzo, es seguro que algunas familias logran mejores cosechas que otras. Pero si quienes tienen para comer en el invierno se lo guardan e incluso lo que no alcanzaran a comer; y no comparten con quienes no tienen lo suficiente, el resultado sería la muerte de algunos miembros de la tribu. Y esto, lógicamente, perjudica a la totalidad, pues los debilita. De modo que, por razones de supervivencia, toda la tribu comparte lo que tienen para pasar la época más difícil.

El sol, en el hemisferio sur, se ha alejado desde nuestro punto de visa. Hay más frío y más escasez de todo. El sol es la fuente de vida y de calor. Sin embargo, el ser humano observa fácilmente que el sol retornará y la naturaleza volverá a mostrar su abundancia y esplendor.

Los miembros de la tribu se reúnen en torno de una fogata. El fuego obviamente les da calor, luz y, además, probablemente les permite cocinar algunos alimentos. Juntos, se apoyan y comparten lo que tienen.

Esto se va transformando en una celebración y una ceremonia. El fuego es la representación del sol, momentáneamente alejado. Es también el elemento transformador de todo: lo que era sólido lo transforma en líquido, lo líquido en vapor, lo denso se transforma en algo sutil.

Los pueblos de todos los lugares del planeta comienzan a celebrar el Solsticio de Invierno.

De allí que las fiestas solsticiales se acompañan de fuego. Incluso se colocaron antorchas en los árboles para iluminar el camino y el lugar de la celebración. En la noche solsticial se intercambian obsequios. Es noche de solidaridad, de amor y de esperanza.

2 comentarios en “Solsticio de Invierno”

  1. Delia Tello Contreras

    Me emociona haber pasado por tu escuela iniciática, amado Maestro Serval, tus enseñanzas son agüita viva en mi vida. Las práctico desde que las recibí.

    Esculpir el diamante que somos, con cincel y martillo, todos los días de la existencia es, lo único que hace mi vida luminosa y llena de esperanza.

    Dicho esto, que agradable es escuchar «lo que NO ES EL FRACASO», mi mente tiene preparación científica y lo relaciono con «ensayo y error», manera propia del científico que experimenta la materia, prueba y observa «éxito o fracaso», y esto lo obliga a volver a empezar, de un modo distinto, ajustando las variables en juego.

    Y la fiesta solsticial de invierno es la que más me mueve internamente, porque es la comunidad reunida, unida, coherente, sosteniéndose a si misma es la que permite que el grupo pueda vivir las inclemencias del tiempo, cuando el sol se va. Abriga la esperanza de que siempre vuelve. Amo el fuego, me recuerda el símbolo del Ave Fénix que se autoinmola y vuelve a nacer de sus propias cenizas.

    Gracias. Gracias. Gracias.

    Namaskar

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