El silencio

El primer deber del iniciado es el silencio.

La sentencia contiene una enseñanza fundamental en una escuela iniciática verdadera. Ya así lo entendía Pitágoras, cuando define el primer grado de su escuela, “Preparación” y a los que participaban de él “Oyentes”, en donde: “La principal enseñanza en los años de este nivel era el silencio, por lo que no debían hablar todo el período de tiempo que les llevase acceder al segundo grado. El silencio les permitiría desarrollar la observación y retención, el cultivo de la concentración mental en los temas de enseñanza y la prudencia.” 

Entonces el silencio se convierte en la actitud o habilidad basal sobre la cual se ha de cimentar toda la construcción del estudiante y futuro Iniciado. Y esto, tiene una lógica irrefutable ya que a toda persona que llega a una enseñanza trascendente inevitablemente deberá dirigir, en mayor o menor medida, sus esfuerzos a descubrirse a sí mismo, encontrar sus verdaderos objetivos de vida para consecuentemente iniciar la conquista efectiva de estos objetivos. Sin embargo, llega cargado hábitos, condicionamientos, y un comportamiento centrado en una vida personalista, externa e intrascendente. Por ello, antes que nada deberá aprender a silenciar esta forma de ser, para poder “escuchar” efectivamente la enseñanza de los instructores y maestros externos en un primer momento, para luego con el dominio de una mayor dimensión de silencio, escuchar la voz del “Maestro Interno”.

Pero éste último no podrá hacerse escuchar mientras en la persona exista ruido y bullicio generado por sus propios intereses personales. Por ello es necesario aprender a silenciar la personalidad, aquel espacio psíquico, en el cual no se encuentra este “maestro” o “guía superior“ verdadero. Al contrario, muchas veces interfiere con la expresión de él.

Silenciar la personalidad implica aquietar y acallar las partes: física, energética, emocional y mental. En otras palabras, impedir que se expresen por algunos momentos, dependiendo de las capacidades de cada cual, las sensaciones físicas y energéticas con todas sus percepciones como son los malestares físicos, dolores, contracturas musculares, sensación de frío o calor, frecuencias y pulsos como el respiratorio y el cardíaco, que desconcierten, etc. Cuando logremos que ninguna de estas variables afecte nuestro estado psíquico consciente, podremos decir que hemos silenciado las dos primeras partes mencionadas.

Silenciar la parte emotiva o afectiva, se explica cuando acallamos nuestros deseos y pasiones, es decir nuestros afectos y emociones. Muchas veces, las personas tienen temor de apagar, aunque sólo sea temporalmente las emociones porque piensan que la energía de vida se interrumpirá y se transformarán en seres inertes y sin voluntad. Nada más errado ya que la voluntad es una facultad que reside en dimensiones muy distintas a la zona emotiva. Cuando la persona se encuentra desapegada, aunque sólo sea por momentos, de la necesidad de tener y poseer, de expresar activa y vigorosamente sus apetencias, entonces podremos decir que ha silenciado su parte emocional.

Finalmente el aspecto mental de nuestro ser, es el último aspecto de nuestra personalidad a silenciar; pero, generalmente es en donde más esfuerzo hay que realizar, es decir, es lo más difícil de silenciar. Cuando, aunque sólo sea por breves instantes, logramos acallar los pensamientos, las imágenes y nos desapegamos de nuestras “creencias y convicciones”, podremos decir que hemos logrado exitosamente silenciar nuestra mente.

En la clara suposición que hayamos logrado acallar los distintos niveles ya expresados de nuestro ser podremos decir que silenciamos nuestra personalidad. Pero, ¿al lograr esto se acaba todo? Muchas veces las personas tienen un temor profundo de lograr este estado porque efectivamente piensan que traspasando este umbral inevitablemente sobrevendrá la muerte y todo se acabará. Las enseñanzas esotéricas nos demuestran cosa muy diferente, ya al alcanzar tal nivel de silencio se logra abrir la puerta a una dimensión interna superior que trasciende todos los límites formales y con ello se permite que una consciencia elevada y unitaria se exprese en cada uno, aunque sea por algunos momentos, permitiendo así atisbar brevemente una realidad que va más allá de la forma y la materia.

En consecuencia, la meditación y la oración, dos de las poderosas herramientas que utiliza el Martinismo y muchas otras líneas de desarrollo iniciático, requiere previamente del silencio para lograr sus objetivos.

La mayoría de las personas, el “Hombre del Torrente” de acuerdo a la categorización de Louis-Claude de Saint-Martin, está acostumbrado al bullicio y el ruido externo, algo que se refleja en su propia dimensión interna. Busca y necesita la perturbación constante en su entorno lo que influye en su propio ser y de este modo se mantiene en un estado inconsciente en el que flota dejándose llevar por las corrientes y mareas que llegan a nosotros desde el exterior. Esta situación es muy cómoda, pero lamentablemente también es enajenante ya que oculta y obstruye la propia conciencia individual, refugiándose en la vibración impuesta por el medio.

El que comienza a despertar, reflejado en el “Hombre de Deseo”, necesariamente empieza a escuchar esta voz interna que sólo puede aflorar en esos instantes en que se logra el silencio personal. Y allí se produce el conflicto entre dejarnos llevar por la corriente o, justamente, nadar contra ella. Si finalmente resolvemos esforzarnos en encontrar nuestro propio camino escuchando la voz superior interna, necesariamente antes que nada habremos de prepararnos para encontrar el silencio a voluntad. Esta preparación puede comenzar con distinguir algunos aspectos esenciales, a saber:

  • ¿Por qué quiero inducir el silencio en mi ser? En otras palabras, cuáles son los objetivos personales que quiero alcanzar al lograr este estado de silencio. En un camino de desarrollo superior (escuelas iniciáticas) este silencio está relacionado con alcanzar y desarrollar estados virtuosos que pueden guardar relación con la salud y bienestar, la sabiduría, el servicio, etc., y con ello alcanzar una ampliación de la consciencia.
  • Aprender cubrirse ante vibraciones y pensamientos ajenos y especialmente negativos que puedan aprovecharse de los estados de silencio para introducirse en nosotros e influirnos. En otras palabras, alcanzar el silencio protegido y a resguardo.
  • Adquirir la habilidad necesaria para cimentar este estado de silencio sobre la preparación del cuerpo físico para este objetivo. En otras palabras, adquirir habilidad en la práctica de la relajación física y energética y sobre este silencio construir aquel silencio más complicado como es el afectivo y el mental.

Es importante reiterar algo que ya mencionamos en un párrafo previo: el silencio constituye la base necesaria para que la meditación y la oración alcancen su máximo progreso y desarrollo. En otras palabras, sin el silencio interno la meditación y la oración no pasa de ser simples esquemas formales que no llevan efectivamente a un verdadero desarrollo evolutivo interno. También el silencio brinda el espacio necesario para que la “voz” del maestro interno pueda expresarse y con ello comencemos a comprender y aprehender esencial y trascendentemente. Por ello, es que el silencio es el primer deber de un Iniciado.

Para terminar transcribo un ejercicio para lograr algún estado de silencio expresado en la enseñanza Rosacruz:

Siéntate cómodamente en un lugar donde no te interrumpan y relaja o afloja todos los músculos… Como el trabajo que se realiza en el silencio sale de dentro, se hace necesario cerrar las puertas del cuerpo y éstas son las manos y los pies. Estas puertas se cierran cruzando los pies y entrelazando las manos. Así tu cámara queda cerrada.  Cerramos la puerta al entrar en silencio porque es asunto secreto sintonizarnos y ponernos en comunicación con la «Mente Divina» (Sabiduría Infinita). Una vez sentados cómodamente, cruzamos los pies y entrelazamos o agarramos una mano con la otra, después relajamos todo el cuerpo manteniendo la cabeza en equilibrio, esto es, no inclinándose a ningún lado. Con la espalda recta en la posición indicada ordena a las diversas puertas de tu cuerpo así:

Cierra los ojos y visualízalos, esto es, ve tus propios ojos mentalmente y cuando los estés viendo ordénales repitiendo varias veces mentalmente y sin divagar “relájense mis ojos”; después se pasa a la frente y repitiéndose la misma operación, se ordena mentalmente “relájese mi frente”. Se prosigue lentamente de igual manera a lo largo de la cabeza: relájese mi cabeza, relájese mi cuello, mis hombros, los brazos, los dedos, los omóplatos, la parte entre los omóplatos, mi pecho, los pulmones, el estómago, el abdomen, la espina dorsal, la pelvis, los muslos, rodillas, piernas, tobillos, los pies relájense. Ahora fija tu mente en tu garganta y ordénale que se relaje.

Respira con naturalidad y cuando el pecho expulse el aire repite mentalmente: “yo estoy tranquilo”. Repite esto varias veces. Luego en la misma forma, repite: “yo siento regocijo”.

Después coloca la garganta como cuando sonríes y repite suavemente: “yo siento alegría”. Repítelo hasta que verdaderamente sientas que ella invade todo tu cuerpo y tu ser tenga una sensación de tranquilidad, contento y alegría.

En cuanto estuvieres en ese estado repite mentalmente esta verdad:

“SOLO HAY UNA MENTE, UNA LEY, UN PRINCIPIO, UNA SUSTANCIA EN EL UNIVERSO, Y YO SOY UNO CON TODO LO QUE EXISTE”.

Después de repetir eso mentalmente varias veces, puedes pedir en oración lo que deseas. Eso también se hace mentalmente y con pocas palabras mentales, procurando desear vehementemente lo que pides hasta sentirlo en tu alma. En esta práctica reside un poder y puedes hacerla todos los días cuantas veces quieras, hasta que la puedas hacer con toda facilidad. 

“SOLO HAY UNA MENTE, UNA LEY, UN PRINCIPIO, UNA SUSTANCIA EN EL UNIVERSO, Y YO SOY UNO CON TODO LO QUE EXISTE”.

Preparado por Prometeo S.I.I.

Revisado por Serval S.I.I., G.M. de la Orden Martinista.

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