Louis-Claude de Saint-Martin
El Filósofo Incógnito

18 enero 1743 – 13 octubre 1803

Llamado “El Filósofo Desconocido”, pseudónimo que adoptara en sus escritos, nació en Amboise (Francia), el 18 de Enero de 1743, en el seno de una familia de la nobleza. Fue educado por su padre con la gravedad de costumbres de la época y por su madrastra, pues su madre había fallecido al darle a luz, con ternuras tales que esta impresión sería decisiva en el futuro para todos sus afectos.

Louis-Claude de Saint-Martin

Ellos le harían amar a Dios y a los hombres con gran pureza, y su recuerdo sería siempre gratísimo al filósofo en todas las fases de su vida. 

Su corazón así dispuesto por el amor, recibió desde las primeras lecturas hechas a la edad en que despuntaba su inteligencia, una impresión y tendencias más decisivas todavía, mas internas y más místicas. El libro de Abbadie, “El arte de conocerse a si mismo”, le inició en ese conjunto de estudios de sí mismo y de meditaciones sobre el tipo divino de todas las perfecciones, que sería la Gran Obra de toda su vida.

Físicamente preparado para los grandes vuelos espirituales, tenía un organismo muy delicado, pero indudablemente predispuesto a la vida del espíritu. A éste respecto dice en su “Mi retrato histórico y filosófico”: “cambié de piel siete veces durante mi niñez, y no se si a causa de éstos accidentes debo tener tan poco de “astral”.

Poco se sabe de sus primeros años escolares. Por complacer a su padre y al protector de su familia, el duque de Choiseul, sigue la carrera de derecho, “pero preferiría dedicarse a las bases naturales de la justicia, que a las reglas de la jurisprudencia, cuyo estudio la repugnaba”, afirma su biógrafo M. Gence.

Esto se explica pues a los 18 años ya conocía los filósofos de moda: Montesquieu, Voltaire y Rousseau, y cuando se ha tomado el hábito de aprender de leyes y costumbres con tales maestros, es lógico suponer que Saint-Martin oiría con frialdad la palabra de simples profesores de jurisprudencia. En cuanto a la repugnancia que sentía por los códigos y tradiciones de la costumbre aplicadas a la justicia, se explica también por su carácter eminentemente espiritualista.

No obstante continúa sus estudios y se recibe de abogado, y siempre por complacencia hacia su padre ingresa en la magistratura, carrera que abandona seis meses después a despecho de las perspectivas que ella le deparaba, ya que con la protección del duque de Choiseul le hubiera resultado fácil suceder a un tío suyo que desempeñaba por aquél entonces un puesto de consejero de estado.

Ingresa a la carrera de las armas pese a que detestaba la guerra, no para hacerse una posición o distinguirse en forma llamativa, sino para poder ocuparse de sus estudios favoritos, la religión y la filosofía, evadiéndose así de las doctrinas materialistas de su época que llenaban de alarma su alma tierna y piadosa.

Gracias a la protección del duque de Choiseul, ingresa como subteniente en el regimiento de Foix, que se encontraba de guarnición en Burdeos, aún cuando no tenía instrucción militar alguna.

En aquella ciudad encontró el alimento que su alma pedía: el conocimiento. En efecto, encuentra allí a uno de esos hombres extraordinarios, Gran Hierofante de Iniciaciones secretas: Martines de Pasqualis, portugués de origen israelita, que desde el año 1754 iniciaba adeptos en varias ciudades de Francia, sobre todo en París, Burdeos y Lyon.

Al parecer, ninguno de sus alumnos logró el conocimiento total de sus secretos, pues el mismo Saint-Martin, que debió ser uno de sus más ilustres discípulos, manifestaba que el Maestro no los encontró suficientemente adelantados como para darles a conocer el supremo secreto.

Martines de Pasqually crea la Ordre des Chevaliers Maçons Elus Cohens de l’Univers ( Orden de los Caballeros Masones, Sacerdotes Electos del Universo ), también conocida como ‘Elus Cohen’. La doctrina de De Pasqually se expone en su única obra, «La reintegración de los seres».

Saint-Martin fue iniciado en la fraternidad de los Elus Cohen de Pasqually en octubre de 1768, y hacia fines de 1770 se convierte en el secretario personal de Martinez De Pasqually. A lo largo de los años, Saint-Martin se sintió incómodo gradualmente por las operaciones teúrgicas del rito.

Saint-Martin prosigue estos estudios esotéricos en Burdeos desde 1766, y bien pronto despierta en él el deseo de hablar al gran público y de actuar fuertemente sobre las masas.

Siguiendo los deberes de su profesión, abandona Burdeos en 1768 para estar de guarnición en Lorient y Longway, año en el que también su Maestro se traslada a Lyon y París, donde funda nuevas logias.

Esta separación es posiblemente la causa de que Saint Martin abandone la carrera de la armas en 1771, determinación grave en su caso pues implica el bastarse a sí mismo careciendo de medios de fortuna y corriendo el riesgo de disgustar a su padre, lo que felizmente no sucedió.

Su vocación está ya perfectamente establecida. El será un director de almas. De lo alto viene el mandato y su vida se dedicará por entero a ello y a su propio perfeccionamiento.

Se traslada a París, donde bien pronto se pone en contacto con los alumnos de Martines de Pasqualis: el conde D’Hauterive, la marquesa de la Croix Cazette y el abate Fournié.

Con los dos primeros persistirá la amistad durante toda la vida por la gran afinidad en sus aspiraciones y especialmente con el conde D’Hauterive, con el que se encuentra desde 1774 en Lyon, ciudad a la que se traslada nuestro biografiado y en la que Martines de Pasqualis había fundado la Logia de la Beneficencia. En ella siguió un curso de estudios y en compañía de D’Hauterive durante tres años se dedicaron a experimentaciones tendientes a entrar en contacto con los seres superiores, y lograr el conocimiento físico de la “causa activa e inteligente”, nombre con que se conocía en esa escuela teúrgica al Verbo, la palabra o el Hijo de Dios.

Por esta época, o sea cercano ya a los treinta años de edad, Saint-Martin era ya muy bien recibido en el gran mundo. Se le describe como dueño de una figura expresiva y noble gesto, lleno de distinción y reserva. Su porte anunciaba a la vez el deseo de agradar y el de dar algo. Bien pronto fue muy conocido y buscado en todas partes con gran interés.

Le tocaba actuar en el seno de una sociedad muy mezclada, poco seria y mundana, en la que el rol a desempeñar fue considerable desde el principio.

Naciendo en el mundo y amándolo, siempre alegre y espiritual cuando le convenía serlo, y habitualmente teósofo grave y humilde con apariencia de inspirado, él gozaba de toda la deferencia que semejante actitud otorga la sociedad femenina.

Su doctrina, completamente opuesta a la filosofía superficial que reinaba en aquellos días era justamente la llamada a golpear en los espíritus preparados a oír la gran verdad.

Y mientras iba cumpliendo su misión de director de almas en tal abigarrada sociedad, fructificaban los viejos estudios en largas meditaciones que culminarían en 1775 con la publicación de su obra “De los errores y de la Verdad” publicada en Lyon, con el pseudónimo de “El Filósofo Desconocido”.

Este libro, refutación de las teorías materialistas en boga en esa época, muestra que la gran fuerza que se manifiesta en el universo y que le guía, su causa activa, es la palabra divina, el logos o verbo. Es por el verbo, por el hijo de Dios, que el mundo material fue creado como así también el mundo espiritual. El verbo es la unidad de todos los poderes morales o físicos. Es por él, o tal vez emanado de él, que se tiene todo cuanto existe.

Esto último, la teoría de la emanación, provocó la ira de sus adversarios, pero sus amigos, viendo en él un audaz y poderoso campeón del espiritualismo que el siglo quería o parecía considerar como definitivamente perdido, se agruparon a su alrededor con gran deferencia. Este debut parecía revelador de un escritor profundo, y aunque en ese entonces Martines de Pasqualis vivía entre ellos, nada publicaba, y por el contrario, pasaba enteramente desapercibido. Este trajo posiblemente la confusión de atribuir a Saint-Martin la fundación de la escuela de los Martinistas en Alemania y otros países del Norte, lo que al parecer no fue así, pues se trataba de un conglomerado de logias y santuarios que adoptaron las teorías secretas de Martines de Pasqualis más que de su discípulo.

Saint-Martin fracasó, al parecer como fundador, y en realidad la escuela de los Martinistas debió llamarse Martinesistas para distinguirla de los discípulos de Saint Martin.

No era una obra externa su verdadera misión, sino la ya mencionada de director de almas, a punto tal que de sus escritos y correspondencia íntima se deduce claramente que aparte de su labor de propio perfeccionamiento, era su labor de misionero de la Gran Obra que le estaba encomendada. Y a ella se dedicó lleno de ardor, rico en fuertes convicciones, gozando con prudencia de una juventud bien gobernada, empujado por el éxito y muy bien recibido aún donde no lograba su objetivo, o sea la dirección del alma, siendo su propaganda activísima en el gran mundo.

Tenía contacto con innumerables personas en muchas localidades de Francia, y en todas ellas existían grupos que efectuaban experimentos psíquicos y de mediumnidad. No era éste el fuerte de Saint-Martin y aunque reconocía la realidad de ciertos resultados, prefería su papel de docente, que le daba muchas satisfacciones y en algunos casos admirables resultados.

Buscaba sus discípulos entre las personalidades más destacadas en la época, ya fueran hombres de ciencia como el astrónomo Lalande que no lo comprendió, o el Cardenal de Richelieu con quién mantuvo varias entrevistas, pero al que por fin debió abandonar debido a su edad y sordera.

Al duque de Orleans, que se haría celebre pocos años más tarde por la revolución, también lo desechó, pese a que ya en ese entonces era el exponente más elevado de las nuevas ideas que iban a cambiar la faz de Francia. No se apegaba a los hombres; sólo buscaba las almas que necesitaban su dirección.

En 1778, ya en sus 35 años de vida, se traslada a Tolosa, donde por dos veces su corazón parece querer traicionarlo y apegarse afectivamente a punto de pensar en el matrimonio. Pero poco tiempo después consideraba ambas experiencias como verdaderas pruebas de las que había sacado como consecuencia que no había nada en la Tierra que pudiera apegarlo y alejarlo de su misión.

Pocos meses permaneció en esta localidad, retornando a París, ciudad a la que llamaba su purgatorio.

Después de la muerte de De Pasqually, Saint-Martin intenta convertir a Elus Cohen a su mezcla personal de misticismo cristiano. No logra convertir el rito y decide dejar la orden. Mientras tanto, publica varias obras y asume el papel de mentor y maestro. Saint-Martin no fundó una orden de ningún tipo, sin embargo hay alguna evidencia, aunque leve, encontrada en correspondencias privadas en donde se encuentran referencias a la existencia de un grupo llamado » Société des Initiées» (Sociedad de Iniciados, fundada en 1785 por Willermoz ). El «grupo» también se conoce como la «Société des Intimes» (Sociedad de Amigos). De todos modos, en ambos casos el grupo estaba representado por las siglas «SI» («Supérieur Inconnu»).

Los seguidores de Saint-Martin en varios países europeos, incluida Rusia, se reunieron en pequeños círculos, que se basaban en una ‘iniciación personal’ consistente en la imposición de manos.

La ceremonia de la iniciación personal también incluyó un ritual que se derivó de los Elus Cohen. La iniciación de Saint-Martin confería la calidad de » Superior Desconocido» , S. ‘. I.’. «dejando muchos discípulos en varios países europeos. Después de su muerte, sus discípulos continuaron con la transmisión de la iniciación y con la difusión de la doctrina del» Filósofo Desconocido «, seudónimo bajo el cual Louis-Claude de Saint-Martin publicó sus libros.

En 1821, se sabe que tuvieron lugar Iniciaciones de persona a persona. Desde ese año hasta la década de 1880, grupos de Iniciadores llevan la transmisión a diversas partes.

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